Revista nº 806
Azpitarte-Almagro Doctor Antonio Azpitarte Rubio Actualidad Médica · Número 806 · Enero/Abril 2019 Páginas 62 a 67 · 64 · de Granada; la primera que, al parecer, se pronunció en nuestra ciu- dad sobre el tema. Él lo había conocido de primera mano, a través de su asistencia a lecciones dictadas por el mismo Sigmund Freud. Sin duda, Viena fue para Antonio una ciudad deslumbrante que im- pregnó su espíritu de humanismo y cultura. Quien quiera saber de aquella Viena, el faro de la cultura europea de entreguerras, y co- nocer la degradación progresiva de ese mundo, que culminó con el ascenso del nazismo al poder, tiene a su alcance el maravilloso libro de Stefan Zweig “El mundo de ayer – memorias de un europeo”. Leyéndolo, me acordé muchas veces de mi padre que había vivido tan de cerca toda la efervescencia de ese ambiente. REGRESO A GRANADA: TESIS Y CASAMIENTO Vuelve a Granada, reemprende sus tareas universitarias y ter- mina su tesis doctoral “El Electrocardiograma en la Frenicectomía” bajo la dirección de don José Sopeña, un discípulo de Negrínllegado a Granada como catedrático de Fisiología. La frenicectomía consis- tía en la sección del nervio frénico para paralizar el hemidiafragma correspondiente y permitir que las vísceras abdominales se eleva- sen y comprimiesen el pulmón con cavernas tuberculosas; en la esperanza, generalmente vana, de que esto ayudase a la curación del paciente. Con este procedimiento se producía una desviación espacial del corazón que alteraba el ECG del paciente, de forma diferente según el nervio frénicoablacionado fuera el izquierdo o el derecho-. Antonio estudió detalladamente, en 33 pacientes, los trazados electrocardiográficos, antes y después de ser sometidos a la frenicectomía. En el año 1933 ocurre un hecho capital en su vida: conoce a Pilar Almagro, con la que contrae matrimonio un año más tarde. Ella tenía 23 años y él 30; esta fotografía (figura 4) no es evidente- mente de esa época, pero es la única que tengo a mano para ense- ñarles la armoniosa pareja que formaban. No me puedo extender en el retrato de mi madre, pero sí diré que a mi entender fue el contrapunto perfecto de Antonio. Pilar tenía un sentido práctico de la vida que le faltaba a mi padre, más ingenuo y soñador. Era una mujer abierta, con una narrativa oral que cautivaba a sus oyentes; lo contrario de mi padre, callado e introvertido. Tuvo una admira- ción sin límites por “su Antonio” por el que se desvivió toda la vida y aún después, manteniendo vivo su recuerdo en la familia. Mucho de lo que yo sé sobre mi padre se lo debo a ella que le sobrevivió más de 40 años. El matrimonio comenzó su convivencia en un piso de alquiler en la Gran Vía, enfrente de la “casa del americano”; pronto tuvo la primera adversidad: el nacimiento de una hija con parálisis cere- bral que les acarreó mucho sufrimiento a lo largo de sus diez meses de vida. Superado este problema y con mi padre acrecentando su prestigio médico, llegó el gran mazazo que, como a otras muchas familias españolas, les cambió la vida: el golpe de estado militar que derrocó la República y fue seguido de una terrible guerra civil. LA GUERRA CIVIL Para entender cómo vivió Antonio esta dramática época pue- de valer el sucedido que me contó un cirujano del hospital, el Dr. Bravo, ya fallecido. Eran finales de los 50 y varios médicos coincidie- ron en el ascensor de Ruiz de Alda. Uno de ellos, joven desenvuelto, le dijo: — don Antonio, ¿por qué usted es tan desafecto al régimen de Franco? ─. Mi padre se hizo el despistado, como el que oye llover, pero al salir del ascensor el joven volvió a la carga: ─ pero usted que ha hecho una carrera tan brillante bajo el franquismo, ¿cómo puede estar en contra del régimen? ─. Don Antonio, ya harto de la imperti- nencia de aquel joven, le contestó: ─ mire, ya que insiste le diré dos cosas; la primera es que no creo que el régimen haya tenido nada que ver con lo que usted llama mi brillante carrera. Lo que soy como médico se lo debo a mis maestros y, sobre todo, a los pacientes y familiares que me prestan su confianza. En cuanto a mi desafección con el franquismo – que le confirmo – se debe a que me arrebató a varios de mis mejores amigos ─. La respuesta me parece éticamente insuperable porque pone, por encima de cualquier otra considera- ción, su profundo sentido de la amistad. Seguro que en aquel momento recordaba a su suegro, Vicen- te Almagro Sanmartín, y a su primo, Rafael García-Duarte Salcedo (figura 5). Vicente, con su desbordante cordialidad, lo había acogido con brazos abiertos en la familia Almagro-Segura. El “pecado” de mi abuelo, el que le valió para ser fusilado en las tapias del cementerio de Granada, el 7 de agosto del 36, había consistido en pertenecer al Partido Republicano Progresista que lideraba don Niceto Alcalá Zamora, el primer Presidente de la segunda República. En cuanto a Rafael, se trataba de un brillante profesor de Pe- diatría, persona ejemplar en su magisterio y con un profundo sen- tido social que le llevó a militar en el Partido Socialista, siguiendo la estela del prohombre del socialismo granadino, don Fernando de los Ríos. Además del parentesco, mi padre sentía un gran cariño por Rafael, entre otras razones porque había tutelado sus primeros pasos por la Facultad. No me resisto a leer este testimonio sobre su muerte: “Tras el asesinato, el enterrador separó su cadáver del res- to de fusilados porque había tratado exitosamente a su hija cuando esta enfermó. Entregó a la familia sus objetos personales, entre los que había una nota de despedida que decía: Miles de besos, suerte. Arriba el espíritu. No decaer nunca. Luchar”. El asesinato se consu- mó el 11 de septiembre de 1936 en las tapias del cementerio de Granada. Figura 4. Pilar Almagro y Antonio Azpitarte hacia 1950. Figura 5. Vicente Almagro Sanmartín (1884-1936) y Rafael García- Duarte Salcedo (1894-1936).
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