Revista nº 811
Leiva-Cepas F, et al. | Luis Federico Leloir 249 Actual Med. 2020; 105(811): 248- 250 en el laboratorio de Cori en San Luis (Estados Unidos de América) y seis meses más tarde se traslada a la Universidad neoyorquina de Columbia (5,6). De nuevo, regresa a su patria para trabajar con su maestro en el Instituto de Biología y Medicina Expe- rimental, una institución creada gracias al apoyo de fundaciones privadas, donde las condiciones preca- rias eran la tónica. Poco tiempo después, el instituto se traslada de sede, naciendo el Instituto de Investi- gaciones Bioquímicas, también conocido como “Fun- dación Campomar”, iniciándose así la verdadera obra científica del Dr. Leloir (5). A principios de 1948, el grupo de Leloir identifica los azúcar-nucleótidos, compuestos que desempeñan un papel fundamental en el metabolismo. Este hecho in- augura una larga lista de premios y distinciones que culminan con el premio Nobel en 1970 (4,6). Luis Federico Leloir -como su maestro, el también Premio Nobel Bernardo A. Houssay- hizo del trabajo disciplinado y constante una rutina y sus admirables logros no lo apartaron de la sencillez. Pocos años an- tes de su muerte Leloir pudo inaugurar, frente al Par- que Centenario, un nuevo edificio para el Instituto de Investigaciones Bioquímicas, que se veía desbordado por la gran cantidad de estudiantes, becarios e inves- tigadores que querían trabajar en él. Sus valores éticos y sus ciencias siguen siendo un ejemplo para el mun- do y un orgullo para los argentinos. Por ese entonces, Leloir compartía sus trabajos de laboratorio con la docencia como profesor externo de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, tarea que sólo interrumpió para realizar viajes al exterior con el fin de completar estudios en Cambridge, el Enzime Research Laboratory de los Estados Unidos y otros importantes centros científicos del mundo. Con una excepcional voluntad, las investigaciones de Leloir en el Instituto superaron los escollos de un presupuesto modesto que obligaba a usar cajones de madera como sillas y a fabricar complejos ins- trumentos de forma casera. En estas condiciones, su trabajo se orientó a un aspecto científico hasta en- tonces postergado: el proceso interno por el cual el hígado recibe glucosa y produce glucógeno, el mate- rial de reserva energética del organismo. A principios de 1948, el equipo de Leloir identificó los glúcidos carnucleótidos, compuestos que desem- peñan un papel fundamental en el metabolismo de los hidratos de carbono, descubrimiento que convir- tió al laboratorio del Instituto en un centro de in- vestigación mundialmente reconocido. Esta fama, lo hacen dudar si seguir formándose en el extranjero o quedarse en Argentina para continuar sus investiga- ciones, optando por esta opción y siguiendo los pa- sos de su maestro, prefiriendo quedarse en Argentina para continuar con su labor docente e investigadora (financiada por el National Institute of Health y la Fundación Rockefeller) (2-4). El 27 de octubre de 1970, recibe la noticia de la con- cesión del Premio Nobel de Química, hecho que no le alteró la rutina de su mañana, incluso yendo a trabajar como cualquier día. A su llegada, sus cola- boradores, le esperaban jubilosos para celebrar tan histórico momento: el primer íbero-americano en recibirlo (4-6). Figura 1. Tesis doctoral del Prof. Leloir. Figura 2. El Dr. Leloir celebra con sus colegas de laboratorio la concesión del Premio Nobel de Química.
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