Revista nº 818

46 La Medicina Interna del pasado, presente y futuro | Díez García LF. Actual Med.2024;109(818):45- 49 narse “hospitalistas” (término que entiende bien la población americana y no necesita explicación lar- ga y farragosa). Otra característica que tenemos con frecuencia los internistas es nuestro sentimiento ambivalente so- bre lo que somos en el proceloso mundo sanita- rio. Nos gusta nuestra especialidad; en general no la cambiaríamos por otra si tuviéramos opción (se excluyen los aspirantes a infectólogos), tenemos “orgullo de ser internistas”, orgullo por interesar- nos por “todo lo que pueda suceder a una persona enferma”. La otra cara de la moneda muestra un, bastante general, “sentimiento de inferioridad” res- pecto a otras especialidades y el trato que nos reser- van las Direcciones del Hospital (siempre atentas a “vender” la última innovación tecnológica o pre- miar la reducción de las LEQ) y respecto a los com- pañeros de otras especialidades. De hecho, algunos internistas sí definirían a la Medicina Interna con una frase rotunda como “la especialidad que atien- de a los pacientes en el hospital que no quieren los demás”. Naturalmente es una “boutade” que cuando se hizo mayoritaria ha acompañado a los tiempos más oscuros de la Medicina Interna, especialmente en el último tercio del siglo XX. ¿POR QUÉ SOMOS INTERNISTAS? Por tanto, la Medicina Interna es una especialidad “especial” dentro de la medicina. Y sin embargo, todos los internistas hemos elegido serlo en vez de ser cardiólogos o cirujanos plásticos. ¿Por qué he- mos elegido ser especialistas “generalistas” (lo que ya por sí es un poco contradictorio)?. Probablemente las razones son diversas en cada individuo: lo que se señala con mayor frecuencia es que nos atrae ver al paciente en su globalidad, la capacidad holística y polivalente de la Medicina Interna. La elección de la especialidad se hace en una edad temprana, tras la obtención del título de médico, cuando seguramen- te no se tienen todas las claves e información para decidir el futuro profesional. En mi caso, creo que elegí ser internista, porque me apasionaba “el diag- nóstico”, especialmente de los casos más oscuros y complejos a través del razonamiento clínico (historia clínica, exploración, análisis y asociación de datos). O sea por la faceta un poco “detectivesca” y también de “saber humanista” que tan bien representaban en aquel momento los grandes internistas de entonces; en mi caso el Profesor Juan Martínez L. de Letona, capaces de encontrar la “huella del crimen” solo con una buena anamnesis, exploración y razonamiento clínico. También me influyó “el prestigio” de la es- pecialidad ya que por aquel entonces (principios de la década de los 80) los mejores números del MIR elegían Medicina Interna en vez de Cirugía Plástica, Dermatología o Cardiología, como en la actualidad. Desde aquellos lejanos años la Medicina Interna ha experimentado un cambio espectacular pero creo que los motivos que me impulsaron a elegir esta es- pecialidad siguen siendo algunos de los motivos más íntimos que siguen empujando a los jóvenes médicos actuales a elegir esta especialidad. EL PASADO DE LA MEDICINA INTERNA La Medicina Interna tiene un pasado fundacional “glorioso” que se inicia con la Medicina científica allá en el siglo XIX. Aunque los orígenes del término se sitúan en Alemania alrededor del año 1.880, pro- bablemente fue Willian Osler “el padre” de la Medi- cina Interna. En nuestro país su desarrollo coincide con la construcción de los primeros grandes hospi- tales donde ejercieron grandísimas figuras médicas, que son hoy los grandes “padres” españoles de la especialidad. Por entonces, D. Carlos Jiménez Díaz, en Madrid, o D. Agustín Pedro Pons, en Barcelona, representaban el saber médico científico y fueron médicos humanistas que formaron múltiples discí- pulos que se distribuyeron por los grandes hospi- tales que se fueron construyendo en nuestro país. Por entonces la Medicina Interna era el servicio o departamento médico donde trabajaban internistas que atendían a todos los problemas médicos que in- gresaban en el hospital y que en los años siguientes, con frecuencia, fueron dedicándose a la atención de patologías más dirigidas: enfermedades digesti- vas, respiratorias, cardiacas y con el desarrollo im- parable de las técnicas diagnósticas y terapéuticas condujo al desarrollo de las distintas especialidades médicas, habitualmente integradas en un gran ser- vicio o departamento de Medicina Interna, donde colaboraban internistas “puros” con otros internis- tas que además eran “subespecialistas”, con un afán de autonomía creciente respecto a la especialidad “madre” y que en el curso de unos pocos años crea- ron secciones y servicios propios que, con el de- sarrollo del sistema hospitalario, se generalizaron en nuestro país. Así, en los años 70 prácticamente todos los grandes hospitales ya tenían desarrolla- das las especialidades médicas más relevantes in- tegradas en un único servicio o departamento de Medicina Interna dirigido por un “pope” de la es- pecialidad. A finales de la década de los 70 se tomó en España la decisión que en mi opinión cambió el desarrollo de la medicina española para siempre y fue la clave para que en los años siguientes se colocara la Sani- dad española en los primeros puestos del ranking mundial. Me refiero al cambio en el Sistema de for- mación de los especialistas españoles, siguiendo el sistema de “internado y residencia americano” que habían estudiado en ese país algunos de los líderes médicos de entonces, la mayoría de ellos internis- tas. Así nació el sistema de formación MIR basado en una selección de los candidatos a especialistas en

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