Revista nº 821
Montoya-Madriz S, et al. | COVID-19, co-infecciones y resistencia antimicrobiana 15 Actual Med.2025;110(821):9 -21 deberse a los tipos de técnicas empleadas para deter- minar el estado de coinfección, en muchos casos PCR multiplex con variaciones en la cantidad y tipo de mi- croorganismos detectados (28). Otros factores para tomar en cuenta son la edad de los grupos de estudio, si poseen enfermedades crónicas o factores de riesgo, su genética, tipo de tratamientos administrados, así como las características del agente viral. También, la realización de estudios para establecer como se afecta la severidad y mortalidad de los pacientes con CO- VID-19 y coinfecciones bacterianas es complicada en el sentido de que existen múltiples variables por defi- nir: si la infección a considerar es temprana o tardía, el tipo de muestra o cultivo a tomar en cuenta, entre otros. En contraste, los estudios concuerdan sobre la relevancia de analizar al paciente para ver si posee un cuadro grave, y si existen signos y síntomas que su- gieran una posible coinfección. Esto puede orientar al momento de solicitar las pruebas y cultivos corres- pondientes para poder diagnosticar adecuadamente el patógeno, determinar el perfil de susceptibilidad antimicrobiana y decidir sobre la terapia empírica de acuerdo con las guías de tratamiento instauradas con base en la epidemiología local. Problema de resistencia a los antimicrobianos en el contexto de coinfecciones por patógenos bacteria- nos en pacientes COVID-19 La resistencia a los antimicrobianos es una seria ame- naza a la salud humana, animal y ambiental, y requie- re un abordaje multisectorial que incluyan decisio- nes sociales, políticas y económicas, dentro de una perspectiva que se denomina “ una salud ”. En mayo del 2015 la Organización Mundial de la Salud (OMS), aprobó el plan de acción global para la resistencia antimicrobiana, incluyendo la creación del sistema de vigilancia para el uso y resistencia de los antimi- crobianos (GLASS). Con esta iniciativa se pretende patrocinar la vigilancia de la resistencia y proponer estrategias para contenerla, incluyendo expandir la vigilancia del consumo de antibióticos, y el modelo integrado de vigilancia de una salud (29). Para el 2023 se emitió un reporte de 126 países par- ticipantes en el GLASS donde se mostraron las ta- sas de resistencia de las principales bacterias para el año 2020. Este reporte puso en evidencia inequida- des en la cobertura y control de calidad de las prue- bas, lo que se traduce en variaciones importantes en las tasas de resistencia entre países, sobre todo en aquellos de medianos y bajos ingresos económicos. A pesar de las brechas, logró identificar altas tasas de resistencia en los microorganismos asociados a infecciones del torrente sanguíneo, sobre todo para antibióticos de último recurso, como los carbapené- micos. Como se indica en el mismo documento, el diseño de nuevos antibióticos es muy caro y comple- jo, y muchas veces el desarrollo de resistencia a estos nuevos compuestos se presenta al poco tiempo de su uso, por lo que es de vital importancia tratar de man- tenerlos factibles el mayor tiempo posible (29). Ade- más de la afectación en la salud de las personas que quedan con muy limitadas opciones terapéuticas, las infecciones con microorganismos multirresistentes tienen un gran impacto económico, por ejemplo en EEUU se asocian con cerca de 100 mil muertes y un costo estimado de 4,5 a 11 mil millones de dólares por año (30). En el contexto de pandemia por COVID-19 alrede- dor del mundo, todos los sectores de la sociedad se vieron ampliamente afectados. A nivel salud, como se muestra en la Figura 2, se destacaron diferentes determinantes que impactaron el problema de resis- tencia a los antimicrobianos. Esa afectación no fue solo por el aumento de casos y la reducción en la disponibilidad de servicios, sino que también inclu- yó la reducción en los esfuerzos que se venían dando para vigilar la resistencia y el consumo de antimi- crobianos a nivel hospitalario (31). Además, duran- te las primeras semanas de la pandemia en las que aún no se contaba con mucha información y no ha- bía disponibilidad de vacunas, el uso de antibióticos empíricos se disparó a nivel hospitalario, comuni- tario, así como en centros de cuidados para perso- nas de la tercera edad o con situaciones especiales. Desde un punto de vista de manejo clínico, esto se hizo como una forma de evitar o tratar el aumento en las coinfecciones por agentes bacterianos o fúngicos en pacientes con COVID-19 grave, que presentaban además factores de riesgo y comorbilidades como la presencia de catéter venoso central, ventilación mecánica, uso de corticoesteroides, larga estancia hospitalaria, entre otros. En el Tabla 2 se resumen los principales estudios en los cuales se reportan co- infecciones con los microorganismos aislados y sus perfiles de resistencia asociados. En un estudio realizado por Langford et al., (32), del análisis de 3506 pacientes se observó que el 71,8% recibieron antibióticos (principalmente quinolonas y cefalosporinas de tercera generación) pero solo un 3,5% fue diagnosticado con infección bacteriana du- rante la admisión, y de esos uno de cada siete eran infecciones asociadas a la atención en salud. En otro estudio se reportó que las infecciones de tracto urinario eran las coinfecciones más comunes en pacientes provenientes de la comunidad, con un 57 a 70% de los casos y donde los principales pató- genos asociados fueron E. coli y Klebsiella spp . (27) En el caso de infecciones respiratorias los patóge- nos más comunes reportados para coinfecciones adquiridas en la comunidad fueron H. inf luenzae, S. pneumoniae y S. aureus , y se trataron con cefa- losporinas de tercera generación como ceftriaxona o con fluoroquinolonas (27). En otro reporte se do- cumentó un aumento de los casos de Clostridioides difficile . Esto podría deberse al uso de antibióticos de amplio espectro que afectan la microbiota intes- tinal, o bien, consecuencia de que el mismo cuadro de COVID-19 generó una disbiosis en la microbiota de estos pacientes (33).
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