Suplemento Revista nº 790 - page 23

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SUPLEMENTO
original
Actual. Med.
2013; 98: (790). Supl. 23-48
Compromiso por la salud
Granada, un reino de mil años
En efecto, merced a un acuerdo entre la Orden y las autoridades
militares, se producían los denominados “asientos militares” en
los que soldados, clases y oficiales, eran atendidos, recibiendo ha-
bitación y alimentación, según su grado. A la llegada a Granada de
las tropas francesas en 1810, éstas lo ocuparon para uso completo
de sus tropas, dejándolo en un estado de casi completa ruina. (2)
En 1835, los religiosos de San Juan de Dios se vieron obliga-
dos a abandonar el Hospital como consecuencia de la Desamorti-
zación de Mendizábal, que ordenaba la supresión de los conven-
tos que no tuviesen un determinado número de miembros. Pasó
entonces a depender de la Diputación Provincial, destinándolo
ésta a servir de hospital para la Beneficencia provincial, con el
nombre de Hospital Civil.
La Beneficencia Pública en España había surgido por Ley en
1822, durante el trienio progresista del reinado de Fernando VII.
Como todas las leyes aprobadas en dicho tiempo, fue posterior-
mente derogada por el monarca, debiendo esperar a 1936, una
vez fallecido, para que se emitiese el Reglamento que permitía su
puesta en marcha. Tenían derecho a la asistencia, de modo gratui-
to, los denominados “pobres” en oposición a los “ricos”, que eran
los funcionarios del Estado, los grandes propietarios, o los que vi-
vían de la renta. Entre aquellos se encontraban todos los jornale-
ros ocasionales, y muchos artesanos y sus familias. Los llamados
“pobres de solemnidad” estaban bajo la tutela de la Iglesia, que los
atendía por Caridad, y los criados caían bajo el amparo de sus amos.
Un trabajo fijo, que producía una cierta cantidad mensual, aunque
esta fuese no muy elevada, impedía pertenecer a la Beneficencia.
Ésta constaba de tres niveles. El primero era el de la Benefi-
cencia municipal y corría a cargo de los ayuntamientos, quienes
debían articular la asistencia médica domiciliaria. También estaba
bajo su tutela el abono de las recetas a las farmacias. La Benefi-
cencia provincial corría a cargo de las Diputaciones, que debían
contar, al menos, con un hospital por provincia, con capacidad
suficiente para albergar a los pacientes de la misma. Los ayunta-
mientos tenían la obligación de facilitar al Centro las listas anuales
de los que tenían derecho a la asistencia benéfica. El tercero era la
Beneficencia nacional. A ella correspondía determinadas asisten-
cias, como podría ser la psiquiátrica, en unos centros muy especí-
ficos como era el Manicomio de Santa Isabel, en Leganés, Madrid,
creado en 1851.
La Beneficencia provincial granadina, de la que dependía el
Hospital, tenía una plantilla de médicos que ingresaban por oposi-
ción, y que se encargaban de coordinar la asistencia a los pacien-
tes que eran vigilados y atendidos por las Hermanas Hijas de la Ca-
ridad de San Vicente de Paul. A mediados del siglo XIX el Hospital
disponía de, aproximadamente, 400 camas, agrupadas en salas,
para hombres o mujeres, con un número variable de camas. La
más conocida era la “La Milagrosa”: una sala enorme con arcos,
donde estaban unas 40 camas de mujeres. Había otras muchas
salas, con nombres de santos y santas, como San Joaquín, San Vi-
cente, San Enrique, San Rafael, etc. (3)
Desde tiempo inmemorial, pero ya regulado por las disposi-
ciones de Carlos III, el Hospital venia sirviendo como centro de en-
señanza, con destino concreto a las disciplinas clínicas de su plan
de estudios. Esta normativa se acompañaba de una frase que sería
muchas veces aludida posteriormente: “mientras la Facultad no
dispusiese de un hospital propio” Para ello, la Diputación le había
cedido determinadas salas, con un número de camas equivalente
a la mitad de las disponibles. Respondía esto a las disposiciones
emanadas por el Gobierno en 1846, por las que sendas Reales Ór-
denes obligaban a los hospitales dependientes de las Diputaciones
provinciales a ceder una parte de sus camas, para servir de hos-
pital clínico en aquellas poblaciones en las que existiese Facultad
de Medicina. De esta manera los enfermos pobres, atendidos por
la Beneficencia servían para la enseñanza, y en ocasiones, para
la investigación. La supervisión de las mismas correspondía a los
catedráticos de las distintas asignaturas, quienes tenían como ayu-
dantes a los profesores clínicos, que también obtenían las plazas
por oposición.
Las relaciones entre ambos colectivos, el docente-asistencial
y el meramente asistencial, eran de ordinario malas. Los espacios
destinados a la Facultad eran considerados por los profesores
como muy escasos, y que no permitían una docencia adecuada.
Por otra parte, en muchos casos, los pacientes ingresados en las
clínicas cedidas a la Facultad carecían de interés para los alumnos,
mientras que muchos otros, ingresados en la parte dedicada a la
Beneficencia provincial, eran verdaderos casos clínicos. Los facul-
tativos de la otra pare, recelaban de los profesores, a los que atri-
buían deseos de controlar todo el centro y dejarles sin trabajo en
un futuro mas o menos inmediato. Para más agravio, podrían pen-
sar, era la Diputación la que sufragaba los gastos de todo el Hospi-
tal, incluida la parte del mismo destinada a la enseñanza, comidas
medicinas y personal subalterno, pues el ministerio de Fomento,
de quien dependía ésta, solo abonaba los sueldos de los profeso-
res y una pequeña cantidad para gastos generales de las clínicas.
Cualquier ocasión era buena para romper las hostilidades
entre ambos colectivos. Un ejemplo de lo dicho lo tenemos en un
hecho recogido por Guillermo Olagüe: En 1854, Vicente Guarne-
rio, el eterno decano de la Facultad, mandó rotular aquellas salas
hospitalarias dedicadas a la enseñanza, como “Hospital Clínico”. A
la Corporación Provincial le faltaría tiempo para denunciar el “con-
trafuero” y ordenar la retirada de los carteles. Parece que soste-
nían que esto podría aumentar los derechos de la Facultad sobre
unas salas que, según ellos entendían, solo eran propiedad de la
Diputación, y que únicamente estaban cedidas de modo transito-
rio, mientras se disponía de un auténtico hospital clínico, tal como
habían afirmado en su tiempo las disposiciones de Carlos III (4)
En 1796, la Orden de San Juan de Dios había erigido un anfi-
teatro anatómico destinado a la enseñanza médica, separado del
Hospital por un tercer patio, una vez pasado el segundo, y que
tenía unas dimensiones mínimas. En 1864 se haría la sala de disec-
ción y se ampliaría considerablemente la capacidad del anfiteatro.
En torno a este local, y sobre unos espacios que antes habían sido
las cuadras y cocheras del Hospital, cedidos por la Diputación en
1849, se construyó un pequeño edificio con dos plantas, dedicado
a Facultad de Medicina, que de este modo pudo desgajarse del nú-
cleo de la Universidad, ubicada en su totalidad hasta el momento
en el antiguo Colegio de San Pablo, tras ser expulsados de España
sus propietarios, los jesuitas, por el rey Carlos III.
Las instalaciones de esta tercera Facultad de Medicina, las
habían precedido en el tiempo el edificio fundacional, situado
frente a la Catedral, con fachada lateral a la plaza de las pasiegas,
y el citado de San Pablo, y eran muy precarias, comenzando por el
propio edificio, que era largo y estrecho, y cuyo solar apenas llega-
ba a los 200 m
2
. Allí se ubicaban, en la planta baja, “una clínica de
cirugía, el depósito de cadáveres, la cátedra de Anatomía, dos le-
trinas y unas dependencias para la disección”. En la primera planta
estaban “el salón de actos y la sala de profesores, que contenía el
Museo Anatómico, el arsenal quirúrgico, los vendajes y medica-
mentos”. En la segunda, se ubicaban “una cátedra y las habitacio-
nes de los profesores de clínica” encargados de los enfermos de
las salas del Hospital dependientes de la Facultad (4)
En 1881, el pequeño solar que venía ocupando hasta enton-
ces sería ampliado, utilizando para ello varias dependencias del
hospital, nuevamente cedidas por la Diputación. Entre ellas estaba
un local denominado “El cotarro”, donde pasaban la noche mu-
chos indigentes, que por el día vagabundeaban y pedían limosna
por las calles de Granada. Tras derribar las instalaciones anterio-
res, se comenzó en 1883 un edificio de nueva planta, que sería
el cuarto de los destinados a la enseñanza médica. Terminado en
1888, ya habían empezado las clases el año anterior. No sería la
primera vez que esto sucediese, pues se repetiría con la Facultad
de la Avenida de Madrid, que fue “ocupada” por la Secretaría, los
estudiantes y los profesores, antes de su entrega oficial, en 1944,
ante una posible expropiación.
Contaba con dos alturas, y su fachada, con cierta prestancia,
se abría a la actual calle rector López Argüeta, que era quien ocu-
paba en ese tiempo el sillón rectoral y que apoyó su construcción
de manera decidida. El proyecto fue de Juan Monserrat. Alberga-
ba un nuevo anfiteatro anatómico, nada menos que cuatro aulas,
dos museos, un laboratorio químico, seis gabinetes (anatómico, de
materia médica, oftalmológico, hidroterápico, de microscopia y de
Histología experimental). Se completaba todo ello con un salón de
actos (Figura 2), que sería utilizado para cualquier evento médico
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